Es noche cerrada en un parque de cierta ciudad española de cuyo nombre no quiero acordarme: el césped está verde y mullido, el murmullo del río relaja los sentidos, la temperatura es perfecta. Instalo mi tienda de campaña en un rincón alejado de miradas inquisitivas y me echo a dormir sobre el saco.

Una hora más tarde me despierta un ruido ensordecedor; diríase que el mismísimo Tutatis ha hecho caer el cielo sobre nuestras cabezas, como temía Abraracurcix. La tienda se estremece, vibra, comienza a encabritarse cual potrillo salvaje, y un pensamiento profundo atraviesa mi mente: "¡Cagüen tó!"

Un lateral de la tienda se levanta, obligándome a buscar refugio en el otro extremo (es decir, dos palmos más allá). Parte de la pared se hunde hacia dentro, yo estoy medio dormido, el ruido me aturde, creo que voy a ser engullido por una bestia rugiente... y el ruido se calma de repente, junto con los espasmos de la tienda. ¿Pero qué demonios...?

Menos de un minuto después la bestia vuelve a la carga, así que decido enfrentarme a ella de poder a poder. Abro ligeramente la cremallera de la tienda, asomo la cabecita cual la tortuguita del chiste y soy saludado por un juguetón chorro de agua que me hace "zas, en toda la boca". Leñe, hoy no me tocaba ducharme.

Mi breve y violento encuentro con el líquido elemento, junto con una fugaz mirada al exterior, revelan la naturaleza "sobrenatural" del fenómeno: los mismos aspersores que mantienen el césped verde y mullido me han atacado por violar su descanso. O eso, o que como aquí les sobra el agua riegan todas las noches, cosa que es más probable.

¿Que hemos aprendido de esto, niños? Que antes de establecer tu campamento debes comprobar que no estas en el curso natural de ninguna corriente de agua, y que tampoco haya corrientes artificiales de agua programadas para chorrearte la tienda a las tres de la mañana. No te acostarás sin saber una cosa más; y si no, la aprenderás después de haberte acostado.

Publicado hace 13 años en Viajes en general > Viaja independiente