Pasaron largos días, semanas y meses; en algún lugar del Mediterráneo, en una isla muy, muy mágica, que algunos llaman Majórica. Mi inseparable amigo, Lorenzo el felino y yo, creíamos que nunca más la encontraríamos…pero allí estaba, tal como la divisamos tiempo atrás. Igual que si de una gota de polvo se tratase, nos vimos atrapados en su profunda mirada salina. Después de mucho remar, los dos aventureros nos encontramos cara a cara con los ojos del mar. La marea nos arrastró en nuestra barquita hacia lo que iba a ser como un sueño…

Era mucho más grande y profunda de lo que podíamos haber imaginado. Una vez dentro, pudimos percatarnos de lo increíble que era esa especie de cueva con sus dos grandes ventanales; como dos enormes ojos formados por los llantos de la ira del mar. Al entrar en ella, la sorpresa no cesó. Cientos de golondrinas volaban sin cesar rasando y traspasando los ojos de roca y sorteando a su vez las estalactitas. En el centro de la cueva se hallaban, en un subnivel, dos pozos de agua cristalina, como si de bolsas lagrimales se trataran. En las paredes de la zona más profunda del agujero divisé lo que, sin duda, se había mantenido durante siglos, el gran tesoro del cual tantos han hablado a lo largo de los siglos…ellos lo llaman: el oro rojo. Tras unos minutos de duda, no me pude resistir y un pequeño pedazo arranqué…

Dicen los más viejos marineros de la isla que si recubres tu cuerpo de oro rojo y te bañas en el pozo de los ojos del mar tu piel siempre joven será y al acariciarla, las lágrimas te saltarán de tanta sensibilidad.

Publicado hace 13 años en Viajes en general > Viajes en General